Los condimentos del infierno

El caballero, autor de las precedentes líneas, sigue con su majadera costumbre de presentarme sus obras para que yo escriba una opinión. Debo reconocer que es muy porfiado o muy valiente, ya que mi veredicto es implacable. Sin embargo, he llegado a sentir cierta anticipación de agrado cuando aparece con alguna nueva. En algunas ocasiones anteriores, fueron compendios de cuentos, los que encontré bastante entretenidos y bien escritos, cada uno con su sorpresivo desenlace. Así se lo manifesté en aquellas oportunidades, concluyendo mi opinión con una suerte de desafío: «Hace tiempo que no veo una novela suya», dije. «Veamos si es tan gallito y se tira a la piscina». Pues bien, veo que cumplió mi perentoria sugerencia. Con cierta reticencia -confieso que me cuesta muchísimo consignar, en mis críticas, frases que pudieran confundirse con alabanzas o comentarios elogiosos-, siento que es razonable manifestar que sí, que es efectivo, esta obra me «agarró», y ya finalizada su lectura, como, a veces, sucede después de tomarse un espresso muy bien hecho, su sabor fuerte, pero algo amargo, perduró en mi recuerdo por varios días. Comentarios de Gregorio Subercaseaux